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Por: Renata Díaz Barreiro, Investigadora de Early Institute
Publicación original de: El Sol de México

Históricamente, los estereotipos de género no solo han asignado roles diferenciados a hombres y mujeres, sino que también han jerarquizado dichos roles, otorgando menor valor a aquellos considerados “femeninos”.

Por ejemplo, el trabajo fuera del hogar ha gozado de mayor reconocimiento social y económico que el trabajo de cuidados y del hogar frecuentemente no remunerado. De forma similar, actividades asociadas a lo masculino, como el fútbol, han sido más valoradas que otras como la danza. No se trata únicamente de la asignación de tareas, sino del valor que se les otorga.

En la economía tradicional, lo que no se mide suele ignorarse. Las labores de cuidado y del hogar han sido asumidas como una responsabilidad natural de las mujeres, realizada gratuitamente y en el ámbito privado. Esta percepción fue recientemente reforzada por un futbolista que se refirió al cuidado como una simple “energía femenina”, reproduciendo una visión estereotipada y carente de reconocimiento real.

A pesar de ser invisibilizado el trabajo de cuidados y del hogar ha sido un motor indispensable para el funcionamiento de las sociedades. Según la Cuenta Satélite del Trabajo No Remunerado de los Hogares de México (CSTNRHM), en 2023 estas labores representaron 18.8 por ciento del PIB, lo que equivale a más de ocho billones de pesos a precios corrientes. De esta cifra, 71.5 por ciento fue aportado por mujeres, evidenciando una carga desproporcionada.

Las consecuencias de esta desigualdad son visibles. De acuerdo con los datos de pobreza multidimensional del Coneval (2022), las mujeres enfrentan mayores niveles de vulnerabilidad que los hombres: entre la población de 30 años, 39.6 por ciento de las mujeres viven en situación de pobreza, frente a un 30.8 por ciento de los hombres. Esta brecha coincide con los años de mayor carga de cuidado no remunerado, según lo señalado por la Enasic 2022. De hecho, 68 por ciento de las mujeres que desean trabajar y no pueden hacerlo, declaran que es porque no tienen con quién dejar a sus hijos e hijas.

Además, 96 por ciento de las personas que brindan cuidados son mujeres, principalmente mamás y abuelas. Esta realidad se traduce en una participación laboral femenina limitada: solo 46 por ciento de las mujeres mexicanas participa en el mercado laboral. En otras palabras, muchas mujeres están asumiendo simultáneamente múltiples roles —madres, trabajadoras, cuidadoras— sin recibir una remuneración justa ni el reconocimiento correspondiente.

Y aunque muchas lo hacen con amor, ello no justifica que su trabajo pueda seguir invisibilizado. La consecuencia directa de esta situación son trabajos informales, mal remunerados, sin derechos ni prestaciones. Incluso en el empleo formal, muchas mujeres enfrentan dobles o triples jornadas, al realizar jornadas de trabajo remunerado, de cuidado y de las labores del hogar, que deterioran su salud física y mental.

Hoy tenemos una oportunidad histórica: la presidenta Claudia Sheinbaum ha anunciado que el bienestar de mujeres, niñas y niños será una prioridad de su administración. Está ampliamente documentado que la niñez, particularmente en los primeros años de vida, requiere cuidado constante, afecto, presencia y estimulación. Por ello, a nivel internacional, el cuidado es reconocido como un derecho.

En este contexto, uno de los grandes pendientes del gobierno federal es el impulso del ahora llamado Sistema Nacional y Progresivo de Cuidados (SNPC), integral y progresivo. Si bien existen avances la implementación con perspectiva de niñez ha alcanzado poca cobertura, solo 44 por ciento de las niñas y niños de 0 a 5 años tienen acceso a servicios de cuidado o educación, además, está fragmentada y no cuenta con asignaciones presupuestarias suficientes.

La transformación de México no será posible mientras el cuidado siga siendo visto como una “energía femenina” o un asunto privado. Se requiere una corresponsabilidad real, donde el Estado, el sector privado, las comunidades y las familias compartan esta tarea fundamental.

En el marco de un Sistema Nacional y Progresivo de Cuidados se debe:

Reconocer el cuidado como un derecho constitucional.

Ampliar la cobertura de centros de atención infantil y otros modelos de cuidado, garantizando estándares mínimos de calidad.

Impulsar políticas de corresponsabilidad familiar, laboral y social, incluyendo licencias parentales equitativas y horarios laborales flexibles.

Asignar un presupuesto suficiente, con ampliaciones progresivas y con visión de largo plazo.

El cambio estructural que necesitamos también exige una transformación cultural. Y esto incluye a quienes tienen voz pública: medios de comunicación, líderes de opinión y, también influencers y figuras del deporte. Cada mensaje que se transmite tiene el poder de reforzar o cuestionar los patrones culturales que perpetúan la desigualdad. Es necesario transformar las dinámicas familiares hacia modelos más equitativos, basados en la corresponsabilidad, la igualdad y libres de violencia.

Los antiguos moldes de masculinidad —basados en la represión emocional, el rol exclusivo de proveedores y la desvinculación del cuidado— ya no son sostenibles por los propios datos. No lo son para las mujeres, pero tampoco para los hombres.

Podemos seguir aferrándonos a ideas obsoletas, o podemos avanzar con decisión y reconocer que el cuidado no es un asunto femenino: es un acto profundamente humano. Y ha llegado el momento de que lo asumamos colectivamente como sociedad.

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