Por Renata Díaz Barreiro, investigadora de Early Institute.
Publicación original en 24 Horas
A medida que el virus continúa propagándose por todo el mundo, nos enfrentamos a múltiples tensiones debidas a cierres escolares y comerciales, confinamiento en casa, aislamiento, pérdidas humanas y vulnerabilidad económica. Así, la acumulación de este tipo de factores ha aumentado la violencia familiar, particularmente incrementando la vulnerabilidad de las niñas, niños y adolescentes. Incluso la ONU, ha descrito el incremento de violencia doméstica como “la sombra de la pandemia”.
De acuerdo con datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), en 2020, hubo un aumento a nivel nacional del 5% respecto a 2019 en la incidencia delictiva de violencia familiar. Mientras en 2019 se iniciaron 210,188 carpetas de investigación en 2020 hubieron 220,031.
En este orden de ideas, es claro que la situación actual ha generado un “caldo de cultivo” que propicia un incremento en la disciplina violenta ejercida contra niñas, niños y adolescentes dentro del hogar, violencia que frecuentemente se considera “normal”.
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (ENSANUT) 2018-19, únicamente el 34.92% de los niños y niñas menores de 5 años experimentaron solamente métodos no violentos de disciplina por parte de sus cuidadores en el mes anterior a la Encuesta. Mientras que el 58.91% de los niños menores de 5 años experimentaron algún método de disciplina violenta por parte de sus cuidadores. De los cuales, casi 1 de cada 2 niños y niñas experimentaron una agresión psicológica (46.88%) y, el 39.21% experimentó un castigo físico y el 3.79% castigo físico severo.
Además de acuerdo con el Panorama Estadístico de la Violencia contra niñas, niños y adolescentes publicado por UNICEF, las niñas y niños entre los 3 y 9 años suelen ser los más afectados por las agresiones psicológicas o por cualquier otro tipo de castigo físico. El uso de castigos físicos severos suele intensificarse conforme los menores van creciendo.
Los datos muestran que con frecuencia se educa a niños y niñas con métodos que emplean la fuerza física o la intimidación verbal para lograr las conductas deseadas lo cual tiene consecuencias perjudiciales, que van desde los impactos inmediatos hasta los daños en el largo plazo que afectan a su desarrollo psicoemocional, incluso en su vida adulta.
Si bien para enseñar a niños y niñas a tener autocontrol y un comportamiento aceptable es necesario educar, la forma de hacerlo debe ser positiva y libre de violencia, preservando su integridad física, psicológica y su dignidad, lo cual implica orientar y aprender el manejo de sus emociones o conflictos de modo que desarrollen un buen juicio y responsabilidad.
Lejos de educar con cualquier forma violencia, desde la psicológica hasta los castigos físicos severos, la conceptualización del cuidado de niñas y niños ha sido ya descrito por la comunidad científica como el “cuidado cariñoso y sensible”, un factor de protección que se caracteriza por ambientes familiares que son sensibles a las emociones, la salud física y las necesidades nutricionales y materiales de los niños.
Niños y niñas no pueden protegerse a si mismos, y es por eso que debemos de hacerlo nosotros, fomentando que crezcan en un ambiente no solo libre de violencia, sino un ambiente receptivo, emocionalmente solidario, estimulante y apropiado para su desarrollo.
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