Los primeros años de vida de un niño son esenciales para su desarrollo, ya que las experiencias tempranas a las que se enfrente van a perfilar el desarrollo físico y psicológico, además de ser un gran determinante de las habilidades que poseerá y el comportamiento con el que se desenvolverá en el futuro. Una de estas experiencias es el contacto con situaciones que generen estrés.
El estrés se define como una experiencia emocional molesta que es acompañada de cambios bioquímicos, fisiológicos y conductuales predecibles (Baum, 1990). El estrés puede afectar a personas de cualquier edad, género y circunstancias personales. Sin embargo, está reconocido que una cantidad moderada de estrés sirve de motivación para enfrentar retos y sobrellevar ciertas situaciones de la vida diaria (American Psychological Association, 2016).
Durante la primera infancia, experimentar estrés puede resultar tanto promotor del crecimiento y el aprendizaje, como seriamente perjudicial, dependiendo de la intensidad y la duración de la experiencia, las diferencias individuales infantiles de respuesta fisiológica al estrés, y el grado de disponibilidad de un adulto para ayudar al niño a lidiar con la adversidad (Center on the Developing Child, 2006).
De acuerdo con lo anterior, se pueden detectar tres tipos de estrés:
El estrés tóxico, crónico y persistente durante en la infancia temprana, es sumamente dañino para los niños:
A pesar de las consecuencias negativas que genera, está demostrado que gracias a la plasticidad y la alta capacidad de adaptación que tienen el cerebro y los demás sistemas biológicos de los niños, las respuestas neurobiológicas al estrés tóxico pueden ser controladas e incluso revertidas (Thompson, 2014).
Para esto, es necesario intervenir de forma efectiva y oportuna en programas y políticas públicas que busquen apoyar a aquellos niños que se encuentran en un mayor grado de vulnerabilidad frente al estrés tóxico.
Es importante recordar que, para que las intervenciones tempranas -como programas de apoyo a familias que se han enfrentado a casos de abuso de sustancias o a violencia intrafamiliar- solucionen o disminuyan la causa del estrés y protejan al niño de sus consecuencias, deben estar respaldadas por una investigación y un diagnóstico previos, una infraestructura de alta calidad y un equipo de especialistas capacitados y comprometidos. De otra forma, el efecto no será el deseado y la calidad de vida del menor no tendría una mejoría suficiente, impactando su vida futura.
Fuentes de información:
American Psychological Association (2016). Comprendiendo el estrés crónico. Recuperado de https://www.apa.org/centrodeapoyo/estres-cronico.aspx
Baum, A. (1990). “Stress, Intrusive Imagery, and Chronic Distress,” Health Psychology, Vol. 6, pp. 653-675
Campos, A. (2010). Primera Infancia, una mirada desde la neuroeducación. Recuperado de https://www.iin.oea.org/pdf- iin/RH/primera-infancia-esp.pdf
Center on the Developing Child (2015). La Ciencia del Desarrollo Infantil Temprano. Recuperado de https://developingchild.harvard.edu/wp-content/uploads/2015/05/01_LA-CIENCIA-DELDESARROLLO-INFANTIL- TEMPRANO.pdf
Center on the Developing Child (2006). Ciencia del Desarrollo Infantil Temprano: Cerrando la brecha entre lo que sabemos y lo que hacemos. Harvard University
Schneider, A., Ramires , R. (2008). Primera Infancia Mejor: Una innovación en política pública. Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura
Thompson, R. (2014). Stress and Child. Recuperado de https://futureofchildren.org/futureofchildren/publications/docs/24_01_02.pdf